Últimamente ha llamado mi atención la infinita cadena de cosas que he hecho estando enamorado. Rebobinando la película de mi vida puedo aseverar con la misma consistencia de un bolívar fuerte (Bs. F. 1,00) que al final no soy tan malo como algunas exnovias concluyeron con total desenfreno reduccionista del intelecto.
Esta especulación aplica tanto para los hombres como para las mujeres, jóvenes proto-adultos que anhelamos y trabajamos por la autorrealización en este desgraciado Siglo XXI, como si fuese un milagro que se desploma en el instante en que decimos “coño, es que cuando mi mamá y mi papá se casaron era otra época… el dólar a 4,30 bolos… época de vacas gordas, y tal… esa vaina de cuando éramos felices y no lo sabíamos”.
Cuando uno está enamorado no mira pa’ los lados.
Por el amor de una mujer llegué a ponerme un piercing en la nuca (sí, nuca con n) que hoy exhibo como reminiscencia de mis días de locuras premeditadas y como recordatorio de una etapa superada. Pero el bichito sigue ahí en mi cuello aunque diga lo que diga sobre mi pretendida madurez. ¡Qué coño! ojalá no me caiga un rayo en la playa o en la piscina si me baño bajo la lluvia.
Y es que por el amor de una mujer me afeité los pelos de los pies. Que nadie se alarme, es normal que los hombres tengamos los pies un tanto velludos, claro, la parte de arriba porque malo es que nos salgan pelos en la planta del pie, ahí sí me uno a un circo. El detalle está en que le pareció que me vería más lindo y hasta sexy para ella, y todos sabemos los favores íntimos que pudieran producirse si uno dice que sí.
Ni corto ni perezoso me afeité con una Prestobarba y torpemente casi me mocho los nudillos de mis pobres piecitos que pronto crearon costras, no pude verme más antisexy. Me tuve que dejar las medias puestas para el acto serrrsual, y no sabía qué era más feo y cortanota, si mis pies que parecían un intento de suicidio o las medias Cha Cha Chá. Conclusión: Tirar con las medias puestas es el mejor antiafrodisíaco jamás creado, más arrecho que fingir que te duele la cabeza, y si con las medias intentas ocultar un hongo pues mejor ni te molestes en buscar pelea porque definitivamente esta noche tu carrito no se va a meter en su estacionamiento.
Lo mismo pasó con el cuento del piercing. Mi chica de entonces tenía uno en la parte de atrás del cuello y la verdad se le veía muy bien. Pero llegó el momento serio cuando me asomó: “mi amor, a ti te quedaría bien un piercing en el cuello… además se ve full sexy”.
Coño, otra vez la palabrita “sexy”, y uno de ventipoquitos años lo que quiere es dedicarle mucho pero mucho tiempo al viejo arte del “meta-saca”, viejo pero para mí era toda una novedad.
Ahora pienso en la delgada línea que separa a un hombre noble y enamorado del pendejo que reacciona al más puro instinto animal por reproducir la especie.
Hubo una época de constantes roces y discusiones domésticas por nimiedades que entonces lucían como diferencias irremediables entre aquella chica espectacular y yo. Cada quien por su lado había sobrevivido a una serie de desamores que hacían suponer que esa era la anhelada oportunidad de nuestras vidas para ser felices en pareja. Nunca quisimos lanzar la relación por la cañería así que buscamos soluciones alternativas para revivir el amor que inevitablemente ya estaba herido de muerte.
Un día se apareció con la panacea de las relaciones de pareja, aquel libro infame: “Los Hombres son de Marte y las Mujeres son de Venus”.
Haciendo un abrumador despliegue de testarudez, me negué rotundamente a dejarme embasurar la mente por un libro de autoayuda para parejas en crisis donde solamente sale ganando el autor con las regalías que obtiene con las ventas del libro, pero éste era uno pirata que vendían los buhoneros así que acepté que me leyera un capítulo no más.
Además, me lo puso así de claro: leemos el libro o asistimos a la terapia de pareja con algún psicólogo (seguramente divorciado) o alguna psicóloga (seguramente feminista). Entre la espada y la pared, pues.
Recuerdo que aquel pasaje del libro fue tan esclarecedor como el mordisco que Adán le dio a la manzana que Eva le ofreció maliciosamente.
La cosa era algo así como que el hombre puede bajarle el cielo con el sol, la luna, las estrellas y el avión de los Backstreet Boys (con ellos cinco adentro) a su compañera sentimental para agasajarla, para contentarla por una discusión o simplemente para hacerla sentir chévere. El libro coñuesumadre ese decía que la mujer le aplica a esa enormidad de regalo tan sólo un (1) punto, un puntito no más. Mientras que el hombre cree que se la comió completita, que no tendrá que mover un dedo ni desembolsillar un billete más por lo menos hasta navidad o hasta el próximo aniversario (lo que suceda primero) ya que a esto el hombre le aplica muchísimos puntos.
Según este librito del demonio los caballeros no podríamos estar más equivocados, resulta que a la mujer le da igual un par de entradas para ver el Circo del Sol en Pequín, con traslado aéreo y estadía y comidas incluidas, que un par de entradas para ver a Hany Kauam en el Poliedro de Caracas.
Me explico, obviamente que no les da lo mismo ir a comer arepas a la calle del hambre que comer sushi en un restaurante a la luz de las velas, no y no, lo que el texto quiere decir es que no importa cuán costoso o cuántas vicisitudes el pobre y abnegado novio sufrió para conseguir el obsequio, ella lo valorará igual (tan sólo un puntito) aunque uno haya tenido que luchar contra mandriles y chacales hambrientos y depravados.
Es decir, no creas que tienes a Dios agarrado por la chiva porque ella se mostró súper complacida con tu regalote, eso no te da licencia para descuidarla jamás. El punto es el mismo que todos conocemos: el amor es como una matita, una planta, una flor que hay que regar todos los días con el agua del cariño y los detalles.
Luego de leer esto no pude evitar sentirme como un perfecto imbécil porque según “Los Hombres son de Marte y las Mujeres son de Venus” nada de las idioteces que hice para ganarme la impávida sonrisita de todas mis exnovias valió más que un punto, un miserable puntito. ¡No joda!
Por el amor de una mujer me uní a un movimiento católico promovido por las monjas del liceo donde estudiaba aquella novia en la década del 90. Meses antes de conocerla me había autoproclamado ateo, sumergido en una especie de nihilismo adolescente de franelas negras con calaveras, Paul Gillman y mucho heavy metal.
Hasta iba a misa los domingos con ella. Ciertamente logró sensibilizarme, coño ¿pero ir a la iglesia? Recé, Dios sabe que recé mucho, le pedí que ahuyentara las ganas que tenía de acabar con la virginidad que me agobiaba “bebiendo el nectar de su flor”, como dice aquella salsa erótica cuyo autor ha de achicharrarse en el infierno. Y lo logré porque ese amor de quinceañeros provincianos sólo estuvo preñado de buenas intenciones, no le toqué ni una nalga.
Ni una nalga, y yo seguía rezando y asistiendo a charlas y pseudo retiros espirituales donde conversábamos acerca de la doctrina de la iglesia y una plétora de valores que redundaban sin explicación científica alguna sobre “Jesús es el camino, la verdad y la vida”, vainas que a mis cortos quince años me parecían meras pendejadas pero no podía hacer nada, estaba perdidamente enamorado.
Hasta me extendieron la invitación para acompañarlas a conocer al Papa Juan Pablo II en su última visita a estas nefastas tierras bolivarianas, con vigilia incluida, rezos, ofrendas y demás parafernalia judío-cristiana. ¿Yo… pasar la noche en vela para ver a un viejito que fue electo por la crema y nata de la infame iglesia católica para ser la sucesión de San Pedro en la tierra (o algo así)…? No, no fui. Recuerden… ¡ni una nalga!
Pues sí, por el amor de una mujer dormí empierna’o sobre la pica de una montaña. Años después, y con la idea en mente de pasar una noche salvajemente romántica iluminados por las pocas estrellas que la contaminación caraqueña deja ver, otra novia y yo subimos al Ávila buscando que nos atraquen por pendejos pero no fue así.
Lo peor que pudo pasar fue que nunca encontráramos el camino al caer la noche y no quedó más remedio que montar mi descomunal carpa para cuatro personas sobre la única zona medianamente despejada, el problema es que tenía como 60 grados de inclinación. Una vez acostados en la carpa ella me dice “ay, mi amor, pero abrázame, quiero dormir abrazadita a ti”… Coño, ¿cómo uno duerme abrazadito y empiernadito cuando crees que en cualquier momento vas a deslizarte con todo y carpa montaña abajo y vas a ir a parar a Petare?... pues lo hice por el amor de una mujer.
He acompañado a comprar mariqueras girando millones y millones de vueltas en el torbellino de los centros comerciales más populosos de Maracay, Caracas y Margarita. Pero ese malestar he logrado convertirlo en un pasatiempo de novios que bien puede sobrellevarse sin necesidad de tomarme un traguito previo para ir relajado, aunque nunca está de más.
Por el amor de una mujer en repetidas ocasiones tomé los autobuses que salen para Río Chico desde el dantesco, putrefacto y corrompido terminal del Nuevo Circo de Caracas.
Por el amor de una mujer dejé de aceptar trabajos que representaban buenos ingresos económicos en detrimento del tiempo libre que nos quedaría para estar juntos.
Por el amor de una mujer paseé un perrito muchas veces por los alrededores de la Candelaria (pleno centro de Caracas) sorteando una plaga de buhoneros, perreros, recogelatas y demás malvivientes producto de la devaluada sociedad capitalina. La mejor parte era la de quitarle las garrapatas hinchadas de sangre que recogía el adorable canino luego del paseíto.
Por el amor de una mujer me dejé sacar unas cuantas cejas para no verme como un galleguito sino “sexy” para ella. Y dale con lo de verse “sexy”. Por cierto la novia actual me pidió sacarme tan sólo 8 (ocho se lee ocho) pelos de las cejas, no para hacerme una brujería, espero que no, sino para disfrazar un poco mi ascendencia de la Madre Patria y yo acepté por bolsa, digo, porque estoy estúpida e incoherentemente enamorado de ella.
Por el amor de una mujer me enfrenté a mil discusiones domésticas por las exorbitantes facturas telefónicas cuando aún no era un palo de hombre hecho y derecho sujeto activo de deberes y obligaciones.
Por el amor de una mujer hice muchas cosas de las cuales no me arrepiento sinceramente porque estaba irremediablemente enamorado, y qué sublime es sentir ese amor de quinceañero que eriza la piel una, dos, tres, cuatro y mil veces… todas las necesarias hasta descubrir que eso de la media naranja, tu otra mitad perfecta e inmaculada que se acoplará a tu ser material y espiritual como dos gotas de agua que se integran en un sólo núcleo lamentablemente no existe, porque cuando uno está enamorado todo con ella es perfecto y lo mejor es dejar que el tiempo se haga cargo del destino. Que dure lo que tenga que durar, y tal, pero no cabe duda de que hombre enamorado no es gente.
6 comentarios:
uno si es pendejo, vale.
De pana.
Pero seguirá pasando, ja.
Se repetirá más veces que las películas de Steven Seagal en RCTV en los 90's. ;)
Eso y muchas cosas más harás por amor amorcito... ya verás!!! ahora es que se pone buena la cosa ;)
Ya se me ocurrirán otras rebuscadas estrategias para hacerte más SUPERSEXY ;)
Espera en cualquier momento la temida frase: "papi... sabes que te verías full sexy si..." jejejejejejeeee
I (corazoncito) U !!!
Ay, amigui, qué bueno. Sabes qué sería interesante? Escuchar o leer el mismo cuento, pero del otro lado ;)
Saluditos.
chamo este post de pana que hizo cagarme de la risa 200 veces...lo leo una y otra vez y no dejo de reirme...
P.D. Te agregue a la lista de mis blogs favoritos...sendo post bro
Jajajaj, sí va, pana! qué bueno que lo disfrutaste!!!
Demaaaaasiado bueno este post d paaaana xDxD
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