jueves, 21 de febrero de 2008

Quedarse "pegado en la nota"

Actualmente, los habitantes de la región centro-norte de Venezuela solemos utilizar la expresión "no te quedes pegado" como resumen de la frase ochentera "no te quedes pegado en la nota".

Cuando alguien "se queda pegado en la nota" decimos que es "un pegado".

¿Qué es "La nota"?

Generalmente los adolescentes y muchos hasta en edad en la que deberían actuar según criterios que reflejen madurez, sumergidos en un mar de modas y contenidos massmediáticos frecuentemente importados, imitan las usanzas de lo que a todas luces se muestra como irreverente, atrevido, audaz, lúdico, sexualmente irrefrenable, prohibido, etc.

Se ponen de manifiesto frases de doñas de edificio clase media empobrecida como:

"Es que lo malo es lo que se pega"

"A mí nunca me gustó la juntica con ese muchachito"

"La juventud aguanta todo"

Precisamente es aquí donde radica el punto álgido de mi reflexión: La juventud lo aguanta todo pero no dura para siempre, de modo que cuando los hombres y mujeres "se quedan pegados en la nota", pasan los años y continúan actuando como adolescentes, se ponen de manifiesto entonces las siguientes expresiones:

"Ese viejo es un pavo bisoño, o sea, que no es pavo, ni joven ni un coño"

"Mira esa vieja ridícula que anda con ese carajito, ¡hasta podría ser su hijo!":
Generalmente el chico que acompaña a la señora es su hijo y no un joven proxeneta que cobra regalías por sus favores sexuales... pero se han visto casos.

Bueno, tratar de explicar algo tan complicado como "quedarse pegado en la nota" es una empresa difícil, más aún cuando el venezolano (y vuelvo con aquello de que somos una vaina seria e incomprensible) no le gusta sentirse viejo sobre todo en este país donde pasamos toda la juventud trabajando y tratando de "ser alguien" para luego disfrutar los churupitos (dinero ahorrado) y la cada vez más difusa "estabilidad económica" cuando ya hemos sobrepasado los 40 años...

Eso si tienes suerte, porque esta es otra característica nuestra: nos encanta alimentar la fantasía de que algún día "me puede tocar a mí", algún día "la voy a pegar del techo", algún día "voy a ser millonario", y olvidamos que hay que trabajar duro, muy duro... créanme, muy duro.

Total que después de viejos es cuando andan con la vaina de comprarse la moto que siempre quisieron y levantar carajitas (flirteando con chicas de ventitantos años), las viejas se ponen las tetas y no salen de un gimnasio, o en el mejor de los casos, emplean términos "en onda" (joviales) para tratar de acercarse a los hijos y "ser su amigo".

El mejor ejemplo de "quedarse pegado en la nota" que encontré está en los siguientes videos:

Video de la década de los 80. Si se fijan bien pueden notar que el chico al que Trino Mora le arrebata a todas las "nenas" con su rock and roll sesentoso es nada más y nada menos que.... Tinedo Guía.


Este es Tinedo Guía en la actualidad: NO se quedó pegado en la nota


... y este es Trino Mora en la actualidad














Pero esto no explica lo que es "quedarse pegado", tan sólo es un reflejo de la sociedad venezolana segmentada en su clase media venida a menos. Lo cierto es que ahora recuerdo aquella canción de El Tri, grupo mexicano que logró hacer universal y comprensible este sentimiento:


"Es la nostalgia de fin de siglo
y todo el mundo quisiera el tiempo poder regresar,
y revivir los recuerdos y los buenos tiempos
porque recordar es vivir y todos queremos vivir más"

lunes, 11 de febrero de 2008

EL SENTIDO COMÚN DEL VENEZOLANO / Nuestra viveza criolla es una “vaina seria”

La verdad es que los venezolanos tenemos una personalidad bastante peculiar, solemos exhibir conductas diametralmente opuestas a la lógica racional como “comernos la luz” pasando rapidito cuando se acaba de poner el semáforo en rojo y tener el descaro de devolverles a gritos –¡mentando madre a todo gañote!– el sinfín de epítetos y descalificativos en general que nos propinan los demás conductores, obviamente molestos, pero que habrían hecho lo mismo.

Habrían hecho lo mismo porque también son venezolanos y de alguna forma pensamos igual, por alguna descabellada razón que ni los sociólogos ni el más rancio de los antropólogos ha logrado explicar cabalmente.

LO MALO ES LO QUE SE PEGA

No digo que todos encajemos perfectamente en este paradigma de la deshonra y la desfachatez venezolana, más bien lo considero una especie de “gen” que se va desarrollando a fuerza de vivenciar todos los días y en distintas personas de nuestro entorno este tipo de situaciones a lo largo de nuestra existencia en mi hermoso país. Es inevitable porque lo llevamos en la sangre.

“Total, ¿a quién coño le importa?”

“Total, esta vaina no es mía”

“Total, mañana es sábado y no trabajo”

En distintos niveles así piensa el denominador común del venezolano, sin embargo no todo es malo. Este modo de pensar le ofrece al venezolano ciertas herramientas para enfrentar las adversidades y salir victorioso, lástima que en su búsqueda por ganar a toda costa comete actos tan ingeniosos como necios.

Podría enumerar muchísimas señas que nos caracterizan porque el tema es una fuente inagotable, recurso altamente renovable, pero prefiero dosificarlas en próximas entregas.

Los invito a dejarse seducir por estas imágenes que capturé en Puerto La Cruz, Edo. Anzoátegui, durante las pasadas fiestas carnestolendas, con las que intentaré ilustrar mi sucinta descripción de nuestra idiosincrasia.



miércoles, 6 de febrero de 2008

El Remolcón de la Mañana


Hay días en los que levantarse de la cama es el primer error que se puede cometer. Esos días en los que todo pareciera estar en su sitio, todo en su santo lugar: los pajaritos cantan, la vieja se levanta, los autobuses esparcen su venenoso hollín y yo lo respiro con gusto y resignación, los taxistas mentan madre, los peatones también, en fin, todo angustiosamente normal.
Pues esos días son los más temibles.

Decidí aprovechar los primeros y tímidos rayos del sol de aquella fría mañana para salir a hacer unas pocas diligencias domésticas cerca de mi casa, con la ingenua idea en mente de regresar temprano e iniciar la jornada frente al computador a golpe de ocho de la mañana “y así no perder tanto tiempo”…

Ese es el segundo error del día: Creer que vas a regresar rapidito cuando tienes mil vergas que hacer es sencillamente una soberana estupidez, sobre todo en esta ciudad de carroñeros perversos.

- Pa’ ver, ¿qué falta por comprar?... ummm ¡LECHE!, coño, no hay leche. ¿Será que me lanzo pal supermercado? ¡Qué leche si de pana consigo leche!

En estos días los alimentos escasean por cualquiera que sea la razón y de quienquiera que sea la culpa: que si de Chávez, que si de los productores de leche, de la oposición y los 40 años de puntofijismo, del movimiento estudiantil burgués, de los jóvenes patriotas bolivarianos, de la CIA o de la creciente boliburguesía jalamecate que ofusca el raciocinio del Ejecutivo nacional.

No importa porque lo cierto es que no hay leche. Mientras en la televisión se pelotean culpabilidades, la titánica tarea de buscar esta proteína no es juego de carritos ni es como comprar chucherías, no señor.

Primera parada: la farmacia

Segunda parada: el supermercado

Tercera parada: el CEN de Acción Democrática

Culminé mis compras en la farmacia con asombrosa rapidez, me atiborré de medicina para la gastritis y llevé un aceite que se calienta al frotarse para innovar en la intimidad. “¡Una maravilla!”, pensé.

En la vía hacia el supermercado me divertí pensando en los múltiples usos de aquel mágico lubricante, la fantasía estalló en decenas de trocitos cuando no encontré puesto en el estacionamiento para clientes. No vi otra alternativa que aparcar en frente.

Aquí debo hacer un paréntesis para explicarles que justo frente a ese supermercado sobrevive el edificio donde habita el dinosaurio que se niega a extinguir, padre de la democracia y el bipartidismo criollo: la guanábana. Para algunos representa la nefasta reminiscencia de “cuarenta años de puntofijismo” (Frase popularizada por nuestro Jefe de Estado), para otros es parte de una esperanza. Nada más y nada menos que el CEN de Acción Democrática.

El escalofrío que me produce pasar frente al Comité Ejecutivo Nacional de AD solamente puedo compararlo con la vez que fui a ver en el cine la versión reeditada de El Exorcista.

Linda Blair con la cara hecha un vómito sangriento arrastrándose escaleras abajo con su cuerpo tumbando en forma de araña mona y emitiendo un sonido diabólicamente gutural es la misma imagen que el presidente Chávez crea en mi mente cuando explica que toda nuestra desdicha no es culpa de nosotros mismos, de nuestra desidia, de nuestra incapacidad de cumplir las leyes, NO, según mi Presi la causa de todos nuestros males radica en los “40 años de puntofijismo” marcados por un libertino desfalco a la riqueza de nuestra nación, acto infame que aún conserva las huellas frescas de adecos y copeyanos.


En pocas palabras entiendo, pues, que Chávez es una consecuencia y que a la historia política y social de Venezuela le tocó vivir este proceso gracias a 40 años de un pacto de Punto Fijo donde los partidos políticos se repartieron el país a finales de la década del cincuenta luego de derrocar al dictador, General Marcos Pérez Jiménez, tras una lucha en la clandestinidad y el exilio por seis años y blah blah blah...

En fin, luego de cavilar brevemente sobre la pava que pudiera caer sobre mi alma desgastada, estacioné el Century año 85 frente a la “tolda blanca” delante de un inmenso camión que descargaba verduras. Aunque desconfiaba pensé: “esta calle es muy transitada, no creo que ningún malhechor intente robar mi carcachita que fielmente aún me lleva y me trae”…

Este es el tercer error del día: Creer que tu carro es viejo y por eso no lo buscan los malandros para robárselo

Si hubiese calculado el tiempo que me tomó entrar colmado de esperanzas y salir cabizbajo y abatido tan sólo con un melón y una bolsa de preparado de imitación de sólidos lácteos y proteína de soya que NO ES LECHE, me atrevería a afirmar que no tardé más de quince minutos.

Al acercarme a la salida del estacionamiento y ver que mi carro no estaba sentí el típico susto del caraqueño que es víctima del hampa común justamente cuando decide deslastrarse de las paranoias infundadas por el noticiero de las 9 PM.



- ¡COÑUELAMADRE ME ROBARON EL CARRO! – Grité muy fuerte en silencio dentro de mi cabeza.

Desesperado me acerqué a una bodeguita atendida por un viejecito bonachón a quien consideré presunto testigo presencial del delito.

- ¡Buenos días, señor! ¿Usted no vio un carro parado ahí? – señalé tembloroso, creyendo que al voltear mi carro aún estaría allí como si todo hubiese sido producto de una alucinación, una jugarreta de mis estropeadas células dopaminérgicas.

- Ay, sí. Yo vi cuando se lo llevaron. Es que son unos abusadores que se llevan el carro de todo el mundo, mire el suelo que seguro le pusieron “Tenería”, ahí dejan los carros. – Explicó con acento portugués que no intentaré reproducir.

- ¿SE LO LLEVARO PA’ DÓNDEEEE?, ¿O sea que no se lo robaron? – Respiré aliviado– Pero se lo llevó la grúa en cuestión de segundos como los propios ladrones.

Tenería

No sé porqué hay inmigrantes lusitanos que tienen más años que yo viviendo en Venezuela (y eso que yo nací aquí) y aún no aprenden bien a hablar español. En su dialecto de cotidianidad bodeguera, el viejecillo bondadoso me explicó que mi vehículo había sido remolcado por una grúa conducida por un par de desalmados: Un gordo inmenso que se encarga del trabajo pesado (enganchar y remolcar el vehículo) y un fiscal de tránsito que hace el trabajo sucio (validar la supuesta infracción), ellos siempre dejan escrito con tiza en la acera el nombre del estacionamiento adonde van a parar los carros de aquellos desafortunados y desprevenidos conductores. “Tenería”.

Con pálido y desganado trazo, la palabra “Tenería” yacía sobre la acera como evidencia de aquel descaro. Pregunté de nuevo al viejecillo y con la arrechera que agarré ya me había empezado a marear, lo que me hizo ver a aquel hombre como una suerte de pitoniso de cuento de hadas.

Me dijo que Tenería quedaba en Puente Hierro, a la vez que me aconsejó llevar suficiente dinero en efectivo como para sobornar a los funcionarios de tránsito; que les entrara “por debajito"; que no me les alzara y que a su debido momento les soltara la frase clave “¿será que podemos arreglar esto de otra manera?”, todo con tal de no pagar una estrambótica multa. “Eso no falla”, aseveró.

Luego de subir a pie hasta mi casa para dejar el melón y el saco de falsificación de leche (que hoy en día es lo único que se consigue como sucedáneo de esta proteína y cuesta más del doble del precio regulado por el Ejecutivo nacional) tomé un taxi hasta Puente Hierro.

“Toda la maldita ciudad está rayada de amarillo...”

El taxista escuchó pacientemente toda mi catarsis mientras me hacía la carrera. La empatía fue automática puesto que también le habían remolcado el carro en esa zona, “esa grúa coñuesumadre se la pasa dando vueltas ahí pendiente de ver a quién pesca”, vociferó. Casualmente me aconsejó lo mismo que el viejecillo bonachón del abasto, llevar suficiente dinero para ablandar el corazón de aquellos despreciables fiscales de tránsito, pero además le sumó con aire siniestro: “Guárdate una parte del dinero en un bolsillo y el resto en el otro, saca la primera paca y les dices que eso es todo lo que tienes… que no te vean que cargas todo ese dinero porque te lo arrancan de las manos, son unos lambucios esos hijueputas”.

Así lo hice, me apertreché de cientos de miles de cochinos bolívares que servirían para alimentar tan sólo uno de los tantos vicios que hacen que este país no funcione, además de los “40 años de puntofijismo”, por supuesto.

Llegué al centro de Caracas y observé un cementerio de vehículos custodiado por cinco o seis funcionarios de Tránsito Terrestre adonde llegaban decenas de grúas con carros remolcados que eran estacionados sin la menor delicadeza, es decir, a los coñazos. “Así habrán traído al mío, ¡coñuesumadre, no joda, qué arrechera, pana!”, testifiqué en mi pensamiento.

Pasé a un cuchitril con un ventilador vetusto que esparcía vapor por toda la habitación y me entrevisté con el segundo a bordo en aquel aquelarre de burócratas, deduje que estaba por debajo de lo que conocemos como “el chivo que más mea”. Era un tipo alto y desgarbado que me pidió los papeles del vehículo, escudriñó en una paca de hojitas arrugadas (presuntas multas) y me dijo que la causal del remolque fue que estaba estacionado en un rayado amarillo. ¡Qué bolas!

Hasta ahí llegó mi paciencia, mas no mi educación, y le espeté: “Coño, pero si toda la maldita ciudad está rayada de amarillo, ¿por qué remolcan justamente ahí, en una calle donde no pasa nadie y además no está indicado en ningún lado que es zona de remolque? En vez de remolcar en las avenidas principales que están decoradas de amarillo por todos lados, los carros se paran donde les da la gana y obstaculizan el paso contribuyendo a que se generen colas en toda Caracas y blah blah blah”.

Aquel sujeto inconmovible no respondió mientras estudiaba mis documentos, haciendo que mi aspaviento reflexivo fuese tan inútil como engominarte la rebelde melena para verte decente en una entrevista de trabajo cuando lo que en realidad necesitas es un buen corte de pelo.

Se detuvo largo rato en mi carnet de periodista en el momento en que decidí calmarme y preguntarle “¿cuánto era la multa?” Era mi oportunidad para poner en práctica los consejos de vida que acababa de recibir del lusitano bonachón entrado en años y el taxista repleto de saña contra el sistema (perfecto candidato para hinchar las filas de secuestradores de mi hermoso país).

El funcionario de tránsito, sentado en su silla de plástico barato de salón de fiestas, alzó la cabeza para mirarme a los ojos mientras me extendía un papel con algo escrito en bolígrafo azul:

- Disculpe señor, pero su vehículo estaba aparcado en un rayado amarillo y en estos casos usted debe depositar en esta cuenta corriente ciento y pico mil de bolívares que corresponden a tantas unidades tributarias. Me hace el favor y me regresa el papelito cuando venga a traer el bauche del depósito, luego pasa por acá al lado para que cancele 60 mil bolívares del estacionamiento– Concluyó como si no tuviese madre.

Esa era mi ansiada oportunidad de lanzarle la carnada, mi chance de arrojarle un tobo lleno de comida podrida y maloliente como en un chiquero de cochinos, era el momento de sacar el fajo de billetes y pasárselo por la nariz para que se babeara sobre su uniforme inmaculado que tantas veces ha de manchar con la saliva de la codicia y el dinero mal habido.

- Yyyy… ¿no podemos arreglarlo de otra manera? – Pregunté intentando dibujar una media sonrisa que dejara entrever que en mi bolsillo derecho tenía un jugoso soborno que me evitaría hacer una cola de banco en Parque Central y que para él significaría un pollo en brasas con hallaquitas, yuca, guasacaca, Pepsi de dos litros una caja de cigarros, un yesquero y cuatro cervecitas bien frías para mitigar el cansancio de una ardua jornada de trabajo.

Acto seguido me sorprendo a mí mismo haciendo la cola en el banco con toda la arrechera del mundo contenida en mi pecho y en mi estómago (debo decir que mi medicina para la gastritis estaba en el carro cuando fue remolcado) y preguntándome ¿qué salió mal?

No me canso de pensar en que fue el carnet de periodista lo que intimidó a aquel oficial de tránsito terrestre, haciéndole creer que mañana su foto ocuparía la primera plana del diario El Hocicón de Pelotillehue, pero lo que sí es cierto es que este nuevo y enigmático capítulo de la cotidianidad caraqueña solamente puede ser explicado con preguntas:




¿Existirían las colas si los fiscales de tránsito de esta podrida babilonia remolcaran eficientemente a todos los vehículos que se estacionan en el rayado amarillo de sus más atestadas avenidas y no solamente a los pendejos que dejamos el carro en un callejón desolado?


¿Será que estos funcionarios del orden público ganan más con el negocio que tienen con el dueño del estacionamiento (que es de un particular y no del Estado) adonde traen los carros remolcados que con el sueldo que les da el petróleo, las multas de tránsito y los impuestos?

¿Será que el fantasma de Rómulo Betancourt llamó a tránsito para que remolcara mi vehículo?

¿Será que insólitamente me topé con el único funcionario incorruptible de esta ciudad?

¿Será que con el aporte que hice al fisco se mejorará la vialidad de este país o simplemente valdrá para que los funcionarios de tránsito se compren su pollito a la brasa con yuca y guasacaca y una cervecita? Sin la pepsi ni la caja de cigarros ni las otras tres cervecitas porque para nadie es un secreto que sus sueldos son realmente miserables.

Preguntas sin respuestas, sin embargo aprendí que es preferible depositar el dinero de la multa que completar el sueldo de un funcionario público al fortalecer los vicios y vagabunderías que venimos arrastrando por más de “40 años de puntofijismo”.

domingo, 27 de enero de 2008

Aaahhh... AQUELLOS AÑOS 90!!!

Esto no tiene mucha presentación, con el título basta, ¿Verdad?

Aquellos que como yo fueron adolescentes durante la década del 90 y tuvieron la oportunidad de escuchar los primeros pasos de la radio transmitida en frecuencia modulada (radio FM) en Venezuela, tal vez recuerden esta canción con una lágrima en sus mejillas como yo lo hago ahora:


Informer - Snow 1993





Confieso que nunca había visto el video. Así quedé yo después de constatar que era una gran mierda.


viernes, 18 de enero de 2008

¡Es domingo, maldita sea, déjame dormir!


Más allá del placer de rascarse un testículo en la mañana, existe el placer que le causa a cualquier vecino el colocar merengue, vallenato, salsa erótica, reguetón, el Chichicuilote y/o changa tuki tempranito en fin de semana.

Es sábado, ponte que sean las 8:00am, todavía tu cuerpo no se recupera de la noche anterior ya que llegaste a las cuatro de la mañana y bebiste hasta que tus riñones sangraron. En fin, te destruiste durante la noche del viernes como lo hace la gente “normal”, pero no contaste con que tu vecino es un melómano madrugador fanático de todos los volúmenes de Tropichanga, adicto a las líricas de Miguel Moly y Roberto Antonio, lleva en la sangre la salsa brava de nuevo rico con mal gusto, todavía llora la muerte de Rafael Orozco y le encanta practicar sus nuevos pasos de changa tuki justamente cuando los demás duermen hasta tarde.

El afable vecino se levanta rozagante y animado, listo para empezar la fiesta y coloca el primer suplicio en el reproductor... “La caderona es una chica mona, la gente le mira tremendas caderotas...” De repente te visualizas a ti mismo en el “Estudio Gigante de Venevisión” entre una multitud de mujeres incongruentes, agitando unos ridículos pompones (parecidos al pelo de las payasitas Nifu Nifa) mientras un primate con extraño corte de cabello le canta a una voluptuosa masa femenina que hace una grotesca coreografía con su celulitis:

¡¡¡Aaaaahhh!!! Despiertas de tu letargo. Sudado y no menos arr*cho te levantas, el maltripeo no te deja ni siquiera adorar a tu Dios (rascarte un testículo) te asomas por la ventana, pelas el oído y buscas una víctima cual Terminator... “¡Es el fucking vecino otra vez!”.

Desearías estar muerto para seguir durmiendo en paz, pero no sin antes haber cortado en pedacitos a tu vecino con un cuchillo Jinsu oxidado.

TEORÍAS QUE EXPLICAN EL FENÓMENO

Por lo general, el vecino es una figura humana a la cual apelar en caso de cualquier situación de adversidad: Si no hay agua, le preguntas al vecino cuándo la ponen; cuando botas el control remoto de la reja eléctrica, se lo pides prestado al vecino; cuando te falta un martillo para poner un insignificante clavito, un huevo para la torta, un libro de la universidad, un poquitico de azúcar, una máquina de escribir, un cigarrito, el CD de Window’s, el cargador del celular o cualquier otra estupidez que por desidia no tienes en tu casa... molestas al vecino.

Por consiguiente, el incesante fastidio que le montaste a tu vecino durante la semana con la pedidera de favores desencadenará un inmenso deseo de venganza de su parte... venganza que sin duda le causa un delicioso placer. Esta teoría indica que tú eres el culpable de todo, así que te la calas.

Por otra parte, no podemos olvidar que somos seres humanos y nuestra naturaleza no nos permite reconocer nuestros propios errores a priori, así que encontré otra teoría que no marchitará tu ego: Se trata de la posibilidad de que tu vecino sea una especie de “Telettubie urbano con mal gusto”, lo que en realidad es una raza extraterrestre que estudió el comportamiento humano desde el espacio interestelar. Su misión es apoderarse de un país exportador de petróleo y telenovelas rosas, ambos elementos malignos para la humanidad (algo similar a los judíos para los nazis) luego utilizar todo este poder neutralizante de la moral para conquistar al mundo.

Estos alienígenas observaron cómo, durante décadas, los extraños humanos venezolanos adoraban y gritaban hasta desgarrar sus gargantas frente a los absurdos actos que se presentaban en Sábado Sensacional. Se convencieron de que podrían narcotizar al colectivo si lo arrullaban con la misma música que se predica en “el Maratónico de los Sábados” justo en el momento en que nos encontramos más vulnerables... ¡cuando estamos durmiendo un domingo por la mañanita!

Así aprendieron nuestras usanzas, se disfrazaron con pieles humanas mestizas, vieron horas y horas de Tardes Felices, El Premio Ronda, Abigail, Topacio, El Show de Joselo y Bienvenidos (en Margarita); luego secuestraron a Chepa Candela, se leyeron la biografía de Amador Bendayán 472 veces, se colocaron implantes de cabello a lo Carlos Olivier (Q.E.P.D.) y se esparcieron por todo el territorio nacional. Ahora se hacen pasar por “vecinos inofensivos” que llevan a cabo su malévolo plan cada mañana de fin de semana sin que usted lo imagine.

Otra teoría es que tu vecino practique ritos satánicos con esa música, pero es como ridículo pensar así, ¿no?

jueves, 17 de enero de 2008

Por el Amor de una Mujer


Últimamente ha llamado mi atención la infinita cadena de cosas que he hecho estando enamorado. Rebobinando la película de mi vida puedo aseverar con la misma consistencia de un bolívar fuerte (Bs. F. 1,00) que al final no soy tan malo como algunas exnovias concluyeron con total desenfreno reduccionista del intelecto.

Esta especulación aplica tanto para los hombres como para las mujeres, jóvenes proto-adultos que anhelamos y trabajamos por la autorrealización en este desgraciado Siglo XXI, como si fuese un milagro que se desploma en el instante en que decimos “coño, es que cuando mi mamá y mi papá se casaron era otra época… el dólar a 4,30 bolos… época de vacas gordas, y tal… esa vaina de cuando éramos felices y no lo sabíamos”.

Cuando uno está enamorado no mira pa’ los lados.

Por el amor de una mujer llegué a ponerme un piercing en la nuca (sí, nuca con n) que hoy exhibo como reminiscencia de mis días de locuras premeditadas y como recordatorio de una etapa superada. Pero el bichito sigue ahí en mi cuello aunque diga lo que diga sobre mi pretendida madurez. ¡Qué coño! ojalá no me caiga un rayo en la playa o en la piscina si me baño bajo la lluvia.

Y es que por el amor de una mujer me afeité los pelos de los pies. Que nadie se alarme, es normal que los hombres tengamos los pies un tanto velludos, claro, la parte de arriba porque malo es que nos salgan pelos en la planta del pie, ahí sí me uno a un circo. El detalle está en que le pareció que me vería más lindo y hasta sexy para ella, y todos sabemos los favores íntimos que pudieran producirse si uno dice que sí.

Ni corto ni perezoso me afeité con una Prestobarba y torpemente casi me mocho los nudillos de mis pobres piecitos que pronto crearon costras, no pude verme más antisexy. Me tuve que dejar las medias puestas para el acto serrrsual, y no sabía qué era más feo y cortanota, si mis pies que parecían un intento de suicidio o las medias Cha Cha Chá. Conclusión: Tirar con las medias puestas es el mejor antiafrodisíaco jamás creado, más arrecho que fingir que te duele la cabeza, y si con las medias intentas ocultar un hongo pues mejor ni te molestes en buscar pelea porque definitivamente esta noche tu carrito no se va a meter en su estacionamiento.

Lo mismo pasó con el cuento del piercing. Mi chica de entonces tenía uno en la parte de atrás del cuello y la verdad se le veía muy bien. Pero llegó el momento serio cuando me asomó: “mi amor, a ti te quedaría bien un piercing en el cuello… además se ve full sexy”.

Coño, otra vez la palabrita “sexy”, y uno de ventipoquitos años lo que quiere es dedicarle mucho pero mucho tiempo al viejo arte del “meta-saca”, viejo pero para mí era toda una novedad.

Ahora pienso en la delgada línea que separa a un hombre noble y enamorado del pendejo que reacciona al más puro instinto animal por reproducir la especie.

Los hombres somos de Marte y las mujeres de Bárbula

Hubo una época de constantes roces y discusiones domésticas por nimiedades que entonces lucían como diferencias irremediables entre aquella chica espectacular y yo. Cada quien por su lado había sobrevivido a una serie de desamores que hacían suponer que esa era la anhelada oportunidad de nuestras vidas para ser felices en pareja. Nunca quisimos lanzar la relación por la cañería así que buscamos soluciones alternativas para revivir el amor que inevitablemente ya estaba herido de muerte.

Un día se apareció con la panacea de las relaciones de pareja, aquel libro infame: “Los Hombres son de Marte y las Mujeres son de Venus”.

Haciendo un abrumador despliegue de testarudez, me negué rotundamente a dejarme embasurar la mente por un libro de autoayuda para parejas en crisis donde solamente sale ganando el autor con las regalías que obtiene con las ventas del libro, pero éste era uno pirata que vendían los buhoneros así que acepté que me leyera un capítulo no más.

Además, me lo puso así de claro: leemos el libro o asistimos a la terapia de pareja con algún psicólogo (seguramente divorciado) o alguna psicóloga (seguramente feminista). Entre la espada y la pared, pues.

Recuerdo que aquel pasaje del libro fue tan esclarecedor como el mordisco que Adán le dio a la manzana que Eva le ofreció maliciosamente.

La cosa era algo así como que el hombre puede bajarle el cielo con el sol, la luna, las estrellas y el avión de los Backstreet Boys (con ellos cinco adentro) a su compañera sentimental para agasajarla, para contentarla por una discusión o simplemente para hacerla sentir chévere. El libro coñuesumadre ese decía que la mujer le aplica a esa enormidad de regalo tan sólo un (1) punto, un puntito no más. Mientras que el hombre cree que se la comió completita, que no tendrá que mover un dedo ni desembolsillar un billete más por lo menos hasta navidad o hasta el próximo aniversario (lo que suceda primero) ya que a esto el hombre le aplica muchísimos puntos.

Según este librito del demonio los caballeros no podríamos estar más equivocados, resulta que a la mujer le da igual un par de entradas para ver el Circo del Sol en Pequín, con traslado aéreo y estadía y comidas incluidas, que un par de entradas para ver a Hany Kauam en el Poliedro de Caracas.

Me explico, obviamente que no les da lo mismo ir a comer arepas a la calle del hambre que comer sushi en un restaurante a la luz de las velas, no y no, lo que el texto quiere decir es que no importa cuán costoso o cuántas vicisitudes el pobre y abnegado novio sufrió para conseguir el obsequio, ella lo valorará igual (tan sólo un puntito) aunque uno haya tenido que luchar contra mandriles y chacales hambrientos y depravados.

Es decir, no creas que tienes a Dios agarrado por la chiva porque ella se mostró súper complacida con tu regalote, eso no te da licencia para descuidarla jamás. El punto es el mismo que todos conocemos: el amor es como una matita, una planta, una flor que hay que regar todos los días con el agua del cariño y los detalles.

Luego de leer esto no pude evitar sentirme como un perfecto imbécil porque según “Los Hombres son de Marte y las Mujeres son de Venus” nada de las idioteces que hice para ganarme la impávida sonrisita de todas mis exnovias valió más que un punto, un miserable puntito. ¡No joda!

... ¡Hasta me volví católico practicante!

Por el amor de una mujer me uní a un movimiento católico promovido por las monjas del liceo donde estudiaba aquella novia en la década del 90. Meses antes de conocerla me había autoproclamado ateo, sumergido en una especie de nihilismo adolescente de franelas negras con calaveras, Paul Gillman y mucho heavy metal.

Hasta iba a misa los domingos con ella. Ciertamente logró sensibilizarme, coño ¿pero ir a la iglesia? Recé, Dios sabe que recé mucho, le pedí que ahuyentara las ganas que tenía de acabar con la virginidad que me agobiaba “bebiendo el nectar de su flor”, como dice aquella salsa erótica cuyo autor ha de achicharrarse en el infierno. Y lo logré porque ese amor de quinceañeros provincianos sólo estuvo preñado de buenas intenciones, no le toqué ni una nalga.

Ni una nalga, y yo seguía rezando y asistiendo a charlas y pseudo retiros espirituales donde conversábamos acerca de la doctrina de la iglesia y una plétora de valores que redundaban sin explicación científica alguna sobre “Jesús es el camino, la verdad y la vida”, vainas que a mis cortos quince años me parecían meras pendejadas pero no podía hacer nada, estaba perdidamente enamorado.

Hasta me extendieron la invitación para acompañarlas a conocer al Papa Juan Pablo II en su última visita a estas nefastas tierras bolivarianas, con vigilia incluida, rezos, ofrendas y demás parafernalia judío-cristiana. ¿Yo… pasar la noche en vela para ver a un viejito que fue electo por la crema y nata de la infame iglesia católica para ser la sucesión de San Pedro en la tierra (o algo así)…? No, no fui. Recuerden… ¡ni una nalga!


Culicross de montaña

Pues sí, por el amor de una mujer dormí empierna’o sobre la pica de una montaña. Años después, y con la idea en mente de pasar una noche salvajemente romántica iluminados por las pocas estrellas que la contaminación caraqueña deja ver, otra novia y yo subimos al Ávila buscando que nos atraquen por pendejos pero no fue así.

Lo peor que pudo pasar fue que nunca encontráramos el camino al caer la noche y no quedó más remedio que montar mi descomunal carpa para cuatro personas sobre la única zona medianamente despejada, el problema es que tenía como 60 grados de inclinación. Una vez acostados en la carpa ella me dice “ay, mi amor, pero abrázame, quiero dormir abrazadita a ti”… Coño, ¿cómo uno duerme abrazadito y empiernadito cuando crees que en cualquier momento vas a deslizarte con todo y carpa montaña abajo y vas a ir a parar a Petare?... pues lo hice por el amor de una mujer.

“No fueron tantas novias, pero todas tenían exigencias muy particulares”

He acompañado a comprar mariqueras girando millones y millones de vueltas en el torbellino de los centros comerciales más populosos de Maracay, Caracas y Margarita. Pero ese malestar he logrado convertirlo en un pasatiempo de novios que bien puede sobrellevarse sin necesidad de tomarme un traguito previo para ir relajado, aunque nunca está de más.

Por el amor de una mujer en repetidas ocasiones tomé los autobuses que salen para Río Chico desde el dantesco, putrefacto y corrompido terminal del Nuevo Circo de Caracas.

Por el amor de una mujer dejé de aceptar trabajos que representaban buenos ingresos económicos en detrimento del tiempo libre que nos quedaría para estar juntos.

Por el amor de una mujer paseé un perrito muchas veces por los alrededores de la Candelaria (pleno centro de Caracas) sorteando una plaga de buhoneros, perreros, recogelatas y demás malvivientes producto de la devaluada sociedad capitalina. La mejor parte era la de quitarle las garrapatas hinchadas de sangre que recogía el adorable canino luego del paseíto.

Por el amor de una mujer me dejé sacar unas cuantas cejas para no verme como un galleguito sino “sexy” para ella. Y dale con lo de verse “sexy”. Por cierto la novia actual me pidió sacarme tan sólo 8 (ocho se lee ocho) pelos de las cejas, no para hacerme una brujería, espero que no, sino para disfrazar un poco mi ascendencia de la Madre Patria y yo acepté por bolsa, digo, porque estoy estúpida e incoherentemente enamorado de ella.

Por el amor de una mujer me enfrenté a mil discusiones domésticas por las exorbitantes facturas telefónicas cuando aún no era un palo de hombre hecho y derecho sujeto activo de deberes y obligaciones.

Por el amor de una mujer hice muchas cosas de las cuales no me arrepiento sinceramente porque estaba irremediablemente enamorado, y qué sublime es sentir ese amor de quinceañero que eriza la piel una, dos, tres, cuatro y mil veces… todas las necesarias hasta descubrir que eso de la media naranja, tu otra mitad perfecta e inmaculada que se acoplará a tu ser material y espiritual como dos gotas de agua que se integran en un sólo núcleo lamentablemente no existe, porque cuando uno está enamorado todo con ella es perfecto y lo mejor es dejar que el tiempo se haga cargo del destino. Que dure lo que tenga que durar, y tal, pero no cabe duda de que hombre enamorado no es gente.